El sueño de Antonio era ser
escritor, y, de cierta manera, ya lo era; se le notaba en la forma de hablar,
leer y escribir; en el brillo de sus ojos cada vez que su imaginación volaba a
lugares fantásticos impresos en papel.
Su deseo era tan fuerte que
podía quedarse encerrado durante horas en su habitación escribiendo sobre una
sola cosa: un libro que narraba las aventuras de un escritor llamado Amadeus.
“La historia de Amadeus era
bastante particular. Criado con las tradiciones del campo, nadie le inculcó
jamás el amor por la lectura o la escritura; aun así, la necesidad de Amadeus
por aprender estas artes, motivado por los pocos libros que pululaban en aquel poblado,
era tan fuerte que todas las tardes, de cada día, de cada semana, durante tres
años, logró colarse en la casa de una anciana que le leía al sillón vacío de un
esposo que nunca regresó de la guerra.