El sueño de Antonio era ser
escritor, y, de cierta manera, ya lo era; se le notaba en la forma de hablar,
leer y escribir; en el brillo de sus ojos cada vez que su imaginación volaba a
lugares fantásticos impresos en papel.
Su deseo era tan fuerte que
podía quedarse encerrado durante horas en su habitación escribiendo sobre una
sola cosa: un libro que narraba las aventuras de un escritor llamado Amadeus.
“La historia de Amadeus era
bastante particular. Criado con las tradiciones del campo, nadie le inculcó
jamás el amor por la lectura o la escritura; aun así, la necesidad de Amadeus
por aprender estas artes, motivado por los pocos libros que pululaban en aquel poblado,
era tan fuerte que todas las tardes, de cada día, de cada semana, durante tres
años, logró colarse en la casa de una anciana que le leía al sillón vacío de un
esposo que nunca regresó de la guerra.
La anciana, como si se tratase
de un ritual antiquísimo, se sentaba en su antiguo sofá, se calzaba sus gafas
de montura de concha y leía en voz alta su más reciente adquisición.
Amadeus, quien oculto detrás
del sofá podía ver las palabras que la anciana pronunciaba, sentía que aquella
manera de educarse era tan hermosa que su deseo de aprender se transformó en la
necesidad de contar con letras esa maravillosa historia.
Aun cuando la anciana, sin
saberlo, le enseñó todo lo que sabía, Amadeus siguió visitándola hasta que un
día a la mujer, quien recitaba los últimos párrafos de Cien Años de Soledad, se le escapó el libro de entre sus manos
arrugadas para nunca agacharse a recogerlo.
Amadeus lloró durante horas.
Cuando, muy tarde, se guardó para sí el último libro leído por la anciana y
salió de la casa, comprendió que aquella mujer seguiría viva siempre que él
estuviera dispuesto a contar su historia.
Y mientras su vida avanzaba
como una vieja canción que se había escuchado años atrás, el sueño de Amadeus
de contar la historia honesta que guardaba en el corazón se vio condimentada
por nuevas experiencias que se dibujaron en su futuro.
Cuando, al final de su viaje,
descubrió que su búsqueda de inspiración había llegado a su fin, se sintió confiado
para conservar en tinta lo que sería una leyenda. Las armas estaban preparadas:
los argumentos organizados, tinta y papel a la mano y la necesidad innata de
escribir; lo único que faltaba era que su pluma comenzara a rasgar el papel con
palabras…
Pero no logró empezar. Mientras
sus ideas se escapaban sacudidas por ráfagas de ingenuidad, las preguntas
comenzaron a bombardearlo: ¿qué lo estaba deteniendo?, ¿por qué no lograba
consolidar el trabajo de su vida?, ¿por qué parecía todo tan irreal en ese
momento? De repente comprendió que su vida había sido demasiado perfecta para
que tuviera sentido… ¿Cómo era posible que su vida, sus experiencias, los
buenos y malos momentos, todos juntos, hubieran evolucionado de tal forma que
complementaran la vieja historia de una vieja anciana? Y entonces Amadeus se
detuvo…
¿Qué experiencias? Su cuerpo se
paralizó ¿Qué vida? Intentó rememorar su pasado, pero solo encontró niebla en
sus recuerdos. Su vida era la historia de la anciana y aquello no tenía
sentido.
Buscó respuestas en el libro de
la anciana, el cual había conservado durante todo ese tiempo, pero sus últimos párrafos
hablaban de ciudades borradas por el viento e historias que desaparecerían al
terminar de ser leídas.
Y el entendimiento lo golpeó
como un rayo: aquella no era su vida porque realmente no era una vida. Su
existencia no tenía nada de realidad y tan solo era el origen de la ficción. Él
solo era la historia…, el cuento, de alguien más.”
Antonio levantó la mirada del
papel y observó su alrededor sin ver, pues allí no había nada. En su mundo no
existía otra cosa además de él y las hojas de papel. Con un grito de
desesperación, comprendió, al igual que Amadeus, que tan solo era la historia
de alguien más.
Ahora yo levanto mi pluma y
dejo de mirar el cuento que estoy escribiendo. ¿Tal vez seré yo el personaje de
alguien que está jugando a ser escritor?
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