Las campanadas de medianoche y
la voz de mi madre me despertaron. Con la algarabía me sorprendió que no me
hubiera levantado antes. A través de la puerta entreabierta de mi habitación, vi
a jóvenes moviéndose de un lado a otro mientras mi tía Anita se aseguraba de
que ninguno de los floreros sufriera daños durante la mudanza.
Levanté la cabeza en dirección
a mi madre y vi que sonreía. Con delicadeza me ayudó a sentarme en la cama y me
pidió que me vistiera con las prendas que había preparado para mí. Siempre con
una sonrisa en el rostro, me señaló una serie de cajas vacías y me indicó que
me asegurara de guardar todos mis juguetes en ellas.