A
pesar de nacer en Medellín, crecí en un pueblo llamado Gómez Plata al norte de
Antioquia. Desde que tengo memoria he sabido que vivo en un país complejo y con
un conflicto armado que ha cobrado cientos de miles de vidas. Aun así, e
incluso viviendo en un pueblo escondido entre montañas, nunca me vi
directamente afectado por la guerra; al contrario, siempre vi a mi pueblo como
un sitio calmado para vivir y crecer…, o al menos así fue hasta que la
venganza, oculta bajo el estandarte de “Seguridad Democrática”, invadió nuestro
país.
Es
imposible defender a las FARC, y mucho menos pretender tapar el sol con una
mano y fingir que no han hecho nada malo, pero de su época de terror solo
recuerdo el día que entraron a Gómez Plata para matar a un policía que les
estaba causando muchos problemas.
Ese
ataque guerrillero cobró varias víctimas, entre ellas el policía que buscaban;
dejó carros incendiados y el trofeo de la banda sinfónica en pedazos. Aun así,
y a pesar de ser una experiencia traumática – eso sin mencionar todas las veces
que tumbaron torres de luz -, es un buen balance en comparación a todo lo que
han sufrido muchas personas a manos de las FARC.
Yo
estaba en la escuela recibiendo clases cuando todo empezó. Hice parte de un
improvisado plan de evacuación – que consistió en saltar por encima de un muro,
entrar en una casa que no podía alojar tantos estudiantes y terminar en el
colegio, que quedaba una cuadra más arriba de la escuela – y, afortunadamente,
no sufrí ningún daño, al igual que todos los demás estudiantes.
En su
momento la experiencia nos asustó a todos, pero mis compañeros y yo, como los
niños que éramos, terminamos restándole
importancia y recordándola como una aventura.
Muy
diferente a lo que ocurrió cuando llegaron los Paramilitares a hacer de las
suyas.
El
refrán dice: “a veces es peor el remedio que la enfermedad”, no obstante, el
problema fue que este “remedio” no curó ninguna enfermedad y lo empeoró todo.
Gente
armada, casi que avalada por un gobierno que hacia la vista gorda a la
situación, apareció e inició una sangrienta “limpieza” que duro años. Como
polillas en invierno, murieron guerrilleros, ayudantes, culpables, niños,
inocentes y todos aquellos que, por “x” o “y” motivos, parecieran tener una
vinculación con la guerrilla; lo cual luego se convertiría en la excusa para
matar a los que simplemente no les caían bien.
En
nuestra burbuja de “pueblo perfecto” éramos ignorantes de la guerra más grande
del país; sin embargo, cuando dicha burbuja estalló, la famosa guerra no llegó…
y fuimos golpeados por algo peor.
Los
niños dejaron de jugar en los bosques por miedo a encontrar una fosa común, los
jóvenes renunciaron a salir hasta tarde por temor a ser marcados como parias
sociales, los adultos se vieron forzados a pagar excesivas “vacunas” para
proteger sus negocios y familias.
Dejamos
de estar a salvo mientras el gobierno se distraía buscando reelecciones y
enviando soldados al matadero en el inútil ejercicio de parar la violencia con
más violencia.
Finalmente,
los Paramilitares, después de hacer y deshacer en este país, entraron en un
proceso de desmovilización por el cual ningún colombiano votó y que pareció más
un acuerdo tácito entre el presidente y este grupo armado.
En mi
experiencia de vida, el movimiento paramilitar manchó con más sangre las aguas
del río que atraviesa a Gómez Plata, en comparación a lo que hizo la guerrilla
en sus 50 años de terror.
Si la
paz se logró firmar con aquellos monstruos que aterrorizaron mi infancia – uno
de esos jefes “paracos” me atropelló con su moto, y mi familia tuvo miedo
durante un tiempo de que hubiera represalias, ya que el señor este se dañó la
mano en el accidente -, ¿por qué no puede pasar lo mismo con las FARC?
¿Desde
cuándo dos negativos suman un positivo? Ni las guerrillas ni el gobierno tendrán
en los próximos años los elementos necesarios para ganar una guerra por el
camino de las armas. ¡Es por algo que llevamos más de 50 años en este
sinsentido!
Se
nos está ofreciendo una paz que no es perfecta, que no es ninguna panacea, pero
que tampoco es impunidad, ni sueldos de dos millones, ni destitución de
procuradores, ni entrega del país. La guerra no es el único problema de
Colombia, pero al resolver este conflicto podremos concentrarnos en las otras
cosas que afectan nuestro país.
Es
tiempo de entender que la violencia nunca será la solución. Necesitamos pensar
por nosotros mismos en el perdón y el futuro. Basta de dejarnos meter
cucarachas en la cabeza.
Ese
día, cuando a vaya a dar el voto que decidirá el porvenir de nuestro país, sea
cual sea su decisión, hágalo con sus argumentos claros y de manera inteligente.
No deje que su voto se pierda por odios irracionales. Reflexione acerca del
pasado y piense que clase de futuro quiere construir.
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