5/9/16

Cuento: La Autopista



Los altavoces pregonaban con voz militar: “Por el poder del Gran Gobierno, todas las manifestaciones de afecto están prohibidas”.

El mensaje se repetía cada media hora como un recordatorio que no se debía olvidar a menos que quisieras ser parte de la colección de cadáveres que colgaban al borde de la autopista. Cuerpos de hombres, mujeres y niños se mecían a merced del viento por ofrecer una caricia tierna, un abrazo consolador o un beso de amor furtivo.

El hombre, quien caminaba por la autopista acompañado de miles como él, no recordaba el momento exacto en que todo se fue al garete. En su cabeza se rebobinaba la noticia de aquel fatídico día cuando algunos ciudadanos decidieron marchar en contra del amor. Sus pancartas, tan parcas como sus almas, culpaban al libertinaje por las débiles y sensibles generaciones, esclavas de sus emociones.

Ante la presión, el gobierno decidió convertir la protesta en ley: “el sexo masculino tendría prohibido abrazar”. Se eligió no restringir el derecho en la mujer porque, según las viejas tradiciones familiares, esta requería de mayor sensibilidad para el cuidado del hogar.

Sin embargo, y debido a la ausencia de hombres cariñosos, las mujeres ahogaron todos sus amores frustrados en los niños, quienes crecieron resentidos en un mundo que no les permitía devolver los abrazos.

Aquellos seres desgraciados declararon que era injusto que las mujeres se les permitiera tener emociones y a los hombres no; de esta manera, con carteles en mano, salieron a protestar e impusieron una nueva ley: “las mujeres no podrían abrazar”; por lo tanto, incapaces de dar amor a los hijos, se les prohibió procrear.

Sin niños la especie humana se condenó a la extinción; aun así, hombres y mujeres aceptaron las nuevas leyes sin rechistar. No obstante, la ausencia de los abrazos dio paso a un incremento de poemas y amor de papel. Al principio, no pareció ser ningún problema, pero los ancianos, aquellos que marcharon en las primeras protestas, concluyeron que el sentimentalismo literario era igual de dañino que los abrazos.

Se quemaron libros, mataron poetas e instauraron nuevas leyes: no besos, no palmadas de aliento, no palabras de afecto… De repente, la razón de ser de las primeras leyes se perdió en el desinterés y, después de tantos años de marchas – que eventualmente se volvieron ilegales -, la humanidad le restó importancia a que sus derechos fundamentales fueran censurados por verdugos invisibles.

Sin historias de amor la televisión se volvió rápidamente inútil, la religión dejó de tener sentido y las familias desaparecieron. Como no había nuevas generaciones, las escuelas fueron cerradas y la educación se esfumó. A falta de un futuro dejó de ser necesario el presente.  

Al final, se decidió construir una gran autopista recta que le diera la vuelta al mundo y volviera a empezar. De esta manera, todas las personas podrían escapar del pasado, no vivir el presente y fingir tener un futuro.  

El hombre levantó la cabeza. Los cadáveres se perdían en el horizonte de aquella autopista, una vía infinita por la cual caminaban millones de personas que evitaban sentir. 

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