1/11/16

Cuento: Una Noche con Poe

cuentos de miedo en bibliotecas
Estaba leyendo en el sillón favorito de mi biblioteca personal cuando una incomodidad fría me hizo verificar que la chimenea no hubiera perdido calor en aquella noche de oscuridad silenciosa.

Comprobado que todo estaba bien y dispuesto a retomar mi lectura, descubrí que en el asiento frente a mí la muerte esperaba silenciosa que notara su presencia.  

Era una figura delgada cubierta por una túnica oscura que sujetaba con una mano curtida y esquelética la guadaña más grande que jamás había visto. Su rostro, oculto bajo una capucha, respirada pausadamente.  

La muerte no tuvo que hablar. Yo entendía muy bien cuál era su propósito. Como una confirmación silenciosa, apuntó lentamente su guadaña hacía mí.

Sentí miedo y entonces grité. Le dije que se detuviera, que antes de tomar mi alma aceptara una apuesta. Conocedor de toda la literatura de terror, sabía que la muerte nunca rechazaría un desafío. El reto fue simple: si lograba asustarla, me daría el aval de una vida larga.

Historia protagonizada por la muerte. La guadaña se detuvo. Por un segundo, los ojos de la muerte parecieron brillar como carbón encendido a través de la penumbra de su rostro. Su mano libre se movió en un ademán delicado con lo cual me dio permiso de darle un susto de muerte.

Aterrado me paré de mi asiento y fui derecho por mi carta de triunfo: Edgar Allan Poe; ese escritor sombrío que me había arrebatado el sueño en más de una ocasión. Recorrí la biblioteca separando sus mejores cuentos y regresé a mi sillón con varios libros en mis brazos.

La muerte, aún sentada, esperaba quieta como una estatua. Tan solo su respiración, dolorosamente lenta y profunda, era prueba de que no era una ilusión.

Sin esperar indicaciones, llevé a la muerte a través de páginas aterradoras: le describí los ojos acusadores de un gato que no dejaba descansar a un hombre ni en sus pesadillas, imité la fantasmagórica voz de un difunto que hablaba desde el más allá, la transporté hasta un pozo donde la amenaza de un péndulo susurrante hendía el aire y, desesperado al ver que ninguna de mis historias conseguía el objetivo deseado, intenté hacerle creer que mi corazón palpitaría en su interior para siempre.

Al saber que mi tiempo se estaba agotando, recordé aquella bella edición de cuero y con bordes de acero de los cuentos de Poe que tenía cientos de imágenes perturbadoras.

Corrí hacia una de las estanterías y traté de coger el libro de la repisa superior. Desgraciadamente, no era tan alto y pensé en buscar mi escalerilla auxiliar; sin embargo, al girarme, vi que la muerte estaba a solo un par de pasos de mí. Me quedé sin aire. En el silencio asfixiante comencé a escuchar unos suaves graznidos.  

Confundido me incliné hacia delante y vi como tres cuervos salían aleteando desde la oscuridad del rostro de la muerte. Asustado caí de espaldas y mi cuerpo golpeó la estantería de madera. Con el tambaleó, el libro con bordes de acero cayó sobre mí y atravesó mi cráneo con una de sus esquinas afiladas.

Mientras moría, la muerte, ignorándome, pasó sobre mí y tomó el libro del suelo. Con su mano libre se quitó la capucha y comenzó a observar las páginas ensangrentadas.

Y entonces reconocí su rostro. Se mostró complacido de que alguien hubiera intentado asustarlo con sus propios relatos. Justo antes de que te tomara mi alma, entendí la satisfacción en su mirada: en el más allá no había podido continuar escribiendo sus relatos de terror; sin embargo, haberse convertido en la muerte había sido el mejor premio de consolación.




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