Pantalaimon |
El gato levanta la cabeza y
mira a su alrededor. Parpadea un par de veces y suelta un gran bostezo. Se para
en sus cuatro patas y pega un fuerte estirón acompañado por otro bostezo un
poco más grande. Se sienta en sus patas traseras. Todo está muy silencioso.
Vuelve a parpadear, esta vez un poco más lento, y suelta un último bostezo.
Mira su cuerpo y ve toda su
pelambrera despeinada. Abre la boca, saca la lengua y comienza a acicalarse. En
un trabajo lento y metódico se preocupa de cubrir con su saliva todos los
rincones de su cuerpo. Se asegura de estar lo más limpio posible antes de hacer
otro movimiento.
Minutos después su pelambrera
brilla de limpio y ya puede saltar de la cama y buscar comida. Camina con
lentitud y mueve sus patas con elegancia, como aquel que se cree el rey del
lugar que pisa. Tiene hambre, pero no afán. Sabe que la comida estará allí,
tiene personas que se encargan de que así sea.
Pan distrayéndome |
Llega al plato de comida y
olfatea aquellas piedrillas de colores tierra. Hace una mueca pero come de
todos modos. Luego se atraganta de agua para quitar el sabor de su boca.
De la cocina pasa a su caja de
arena. Ha tomado mucha agua, debe descartar todos los excesos. Se toma su tiempo
mientras juega con un poco de arenilla, y a continuación, como si su vida
dependiera de ello, se esfuerza en no dejar marca de que él y sus necesidades
han estado allí.
Después de cumplir su rutina se
siente aburrido. La casa siempre ha sido muy silenciosa para su gusto. Necesita
buscar algo con que entretenerse.
Se mueve de habitación en
habitación buscando una fuente de entretenimiento. Encuentra un vaso muy cerca
al borde de una mesa. Salta sobre ella y tienta la gravedad con movimientos
rápidos de su pata. Golpea un par de veces el vaso hasta que este desciende y
choca irremediablemente con el piso. Lástima; será buscar diversión en otro
lado.
Se distrae un par de minutos
con un oso de peluche, pero se aburre con facilidad. Al final, se dirige a la
última habitación, el lugar a donde quería ir de todos modos, y sus orejas se
ponen de punta. El movimiento llama de inmediato su atención. No hay tiempo
para distracciones. Sus pupilas se dilatan mientras observa el movimiento
repetitivo de un lado para otro de aquel… lápiz.
Se agacha, prepara sus piernas
traseras y alarga un poco las delanteras. Se toma unos segundos para respirar
y, sin hacer ningún sonido, salta para atrapar a su presa.
El humano pega un brinco de
sorpresa cuando ve al gato aparecer. Su mente estaba concentrada en agregar los
últimos detalles del cuento que está escribiendo desde hace un par de horas.
Pan dejándose consentir |
Personajes y situaciones escapan de su cabeza mientras ve al peludo de cuatro
patas intentando capturar el lápiz que lleva en su mano.
Trata de distraer el animal con
otra cosa, pero el gato sabe lo que quiere. Mira el lápiz con la pasión que tan
solo un felino puede tener. El humano intenta escribir, pero su amigo peludo
empuja, muerde y rasguña con todas sus fuerzas el instrumento de escritura.
El humano, rendido, deja el
lápiz al lado y, mientras el gato, con ojos como platos, se tira al piso para
jugar con el pedazo de madera, comienza a acariciar suavemente la cabeza del
animal. Realiza movimientos circulares, después, un poco más agresivo, rasca
detrás de las orejas, juega un poco con la panza y se toma su tiempo en sobar
la espalda arqueada.
El gato maúlla de felicidad y
deja de prestarle atención al lápiz. Con los ojos cerrados, ronronea haciendo
reverberar todo su cuerpo. Al final de aquel exquisito masaje, el gato se queda
quieto con una sonrisa en sus bigotes, y el humano se dispone a escribir de
nuevo.
Es como si la inspiración le
hubiera llegado. En un par de minutos es capaz de solucionar aquel párrafo que
no había podido terminar. De repente, los personajes tienen mayor personalidad
y la trama gana una forma más sólida. Jamás se ha sentido más satisfecho con su
trabajo. Levanta la hoja de papel frente a él y admira su nuevo cuento.
Pan durmiendo |
Y entonces un zarpazo sale de
la nada y la hoja se parte en dos. El gato ataca de nuevo: agarra los pedazos y
los despedaza en cuestión de segundos. Luego, con la cola alzada y un deje de
satisfacción en su mirada, coge el resto de papeles sueltos y huye de la
habitación para mascarlos con mayor tranquilidad.
Es por eso que el gato es el
mejor amigo de un escritor, pues el humano sabe que, aunque no quiera
aceptarlo, el cuento que describía como su mejor obra de arte no estaba cerca
de ser un buen trabajo. Así es, el gato, como excelente crítico literario que
es, le ha hecho el favor de ahorrarle la vergüenza de presentar aquel texto al
mundo.
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