Miramos la insulsa película de
terror. Los personajes en la pantalla son vacíos y la historia es predecible. Lentamente,
nuestra atención se dilata y nuevas ideas flotan alrededor. Como si nuestras
mentes estuvieran sincronizadas, estos cuerpos, esclavos del deseo, comienzan a
estrujarse entre sí…, a rozarse…, a sentirse.
Soy un ciego del deseo. Mis
manos se mueven como serpientes sobre todo tu cuerpo, describiendo una figura
que está grabada a fuego en mi cabeza. Tus dedos, tocando zonas prohibidas,
despiertan fantasías que la película no ha logrado domar.
Y entonces nuestras ansias se
desbordan e intentamos fusionarnos; tratamos de que el calor que desprenden
estos cuerpos nos devore. Buscamos transmitir con acciones lo que las palabras a
veces no logran expresar.
Es así como, al ritmo de diálogos
sin sentido y escenas descabelladas, aprendemos la manera satisfactoria de no
terminar una película.
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