Hubo una vez un chico que no
podía esperar. Su vida fue una fila infinita de tiempo aprovechado.
Al levantarse lavaba sus
dientes, y antes de que la crema desapareciera por el drenaje ya estaba en la
ducha. Se vestía aun estando mojado y desayunaba mientras se ponía los
zapatos. Caminaba a la escuela para no
esperar el bus, y siempre usaba el tiempo entre clase y clase para terminar sus
deberes.
Al llegar a la casa no veía
televisión, no le gustaban los comerciales; ni tampoco cocinaba ya que le
desesperaba los tiempos muertos de cocción. No hablaba con sus padres porque
siempre se tomaban el tiempo para responder y jamás se enamoró pues no quiso
esperar el amor ni sacó un momento para encontrarlo.
No tuvo hijos porque nueve meses
le parecía excesivo, y tampoco mascotas ya que los animales no respetan el
tiempo.
Toda su vida fue una fila de
acontecimientos consecutivos, reflejos de alguien que, para ser honestos, no
quiso vivir porque no quería esperar su muerte.
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